Nunca olvidaré tus ojos
porque
están enterrados en mi
esperanza;
nunca los olvidaré
a cristianismos bellos de
sangre,
a lágrimas mismísimas del
sueño.
Y es que son:
astrolabios de ésa
incorregible hombría,
natura fuerte de
domingo educada
en mi sed...,
aprendizajes de eternidad.
Y es que son:
himnos del otoño-amor
puros al silencio,
aguaceros de luz
que tanto-tanto me
desgarran, ¡sí!,
¡oh Cristo mío!.
Nunca los olvidaré,
nunca... olvidaré tus ojos
para siempre
a aljumas –
¡sí!
–
de
enduendecimiento,
a color sin perdición de
uno u otro recuerdo,
a rezos primeros de
libertad.