Ciego en la pena viéndome ninguno
como el perro que llama a Dios y… muerde
un triste corazón inoportuno.
Y ante tanto vivir yermo, ¡tan bruno!,
más no quiero dolor que lo recuerde;
sólo ir, ya por llegar al sitio verde,
en su mínima calma de aceituno.
Pero, viene un adiós y viene el duelo
hasta su fondo – un día que no es día –
que, de sombra, se torna todo hielo
donde se entierra a tierra la alegría,
Señor, lo que quisiste en duende celo,
eso que no comprenderá este día.
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