POR QUÉ
Dios, ¡qué solos están los desiertos de mi corazón ante tu poder!
y no... no
sé
por dónde tengo que tirar,
en qué jardín florece el odio,
a cuánto deseo se vende la esperanza,
adónde hay que pudrirse ya o calmarse de caídas
con las vítolas quizás y con las musarañas,
porque a pesar de todo por qué
tras los sonámbulos besos, siempre ciegos de fin y de fe,
arrinconados con ternura elegíaca, con ternura sobreviviendo.
Sí, aquí exacto, cuando quiere la ceniza soñar
o escapar apenas como una dureza impasible, por qué
aun estos días pasan a medida que apuñalan...,
sentencian -sepultureros- formas.
¡Qué oscuro se me ha quedado mi destino muy dentro,
en mitad de las máquinas, en mitad de las avaricias!
y no... no
sé
si por grave frío se precisan unas palabras
o si tengo que morir porque es así -mientras no hay salida-.
A veces llega la tarde, como ese mal silencio que no quisiera sentir,
durmiéndose cerquísima, junto a mi vera
frente a los mares,
frente a los crepúsculos inútiles y pasados,
frente al fuego a tumbos y a rabias, en fin,
frente a los animales que mordieron tantos designios,
pero ahí está el abandono,
ahí, tan grande que nunca, nunca
nadie podrá soportar.
Dios, ¡qué solos están los desiertos de mi corazón ante tu poder!
y no... no
sé
por dónde tengo que tirar,
en qué jardín florece el odio,
a cuánto deseo se vende la esperanza,
adónde hay que pudrirse ya o calmarse de caídas
con las vítolas quizás y con las musarañas,
porque a pesar de todo por qué
tras los sonámbulos besos, siempre ciegos de fin y de fe,
arrinconados con ternura elegíaca, con ternura sobreviviendo.
Sí, aquí exacto, cuando quiere la ceniza soñar
o escapar apenas como una dureza impasible, por qué
aun estos días pasan a medida que apuñalan...,
sentencian -sepultureros- formas.
¡Qué oscuro se me ha quedado mi destino muy dentro,
en mitad de las máquinas, en mitad de las avaricias!
y no... no
sé
si por grave frío se precisan unas palabras
o si tengo que morir porque es así -mientras no hay salida-.
A veces llega la tarde, como ese mal silencio que no quisiera sentir,
durmiéndose cerquísima, junto a mi vera
frente a los mares,
frente a los crepúsculos inútiles y pasados,
frente al fuego a tumbos y a rabias, en fin,
frente a los animales que mordieron tantos designios,
pero ahí está el abandono,
ahí, tan grande que nunca, nunca
nadie podrá soportar.
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