sábado, 11 de enero de 2014

POR QUÉ

Dios, ¡qué solos están los desiertos de mi corazón ante tu poder!
y no... no

por dónde tengo que tirar,
en qué jardín florece el odio,
a cuánto deseo se vende la esperanza,
adónde hay que pudrirse ya o calmarse de caídas
con las vítolas quizás y con las musarañas,
porque a pesar de todo por qué
tras los sonámbulos besos, siempre ciegos de fin y de fe,
arrinconados con ternura elegíaca, con ternura sobreviviendo.

Sí, aquí exacto, cuando quiere la ceniza soñar
o escapar apenas como una dureza impasible, por qué
aun estos días pasan a medida que apuñalan...,
sentencian -sepultureros- formas.

¡Qué oscuro se me ha quedado mi destino muy dentro,
en mitad de las máquinas, en mitad de las avaricias!
y no... no

si por grave frío se precisan unas palabras
o si tengo que morir porque es así -mientras no hay salida-.

A veces llega la tarde, como ese mal silencio que no quisiera sentir,
durmiéndose cerquísima, junto a mi vera
frente a los mares,
frente a los crepúsculos inútiles y pasados,
frente al fuego a tumbos y a rabias, en fin,
frente a los animales que mordieron tantos designios,

pero ahí está el abandono,
ahí, tan grande que nunca, nunca
nadie podrá soportar.

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